Baila sin ton ni son por mi mente jugando con todas mis neuronas y dándome a mi descerebrado cerebro un poco de sentido.
Jugamos, pues, a descifrarnos el uno al otro.
A ser niños.
A hacer el tonto.
A poder creernos algo que no todavía no logramos entender.
Ninguno de los dos entendíamos que es el amor, ahora sí.
Al menos yo.
Yo podría morir por él, podría darle mi respiración con tal de saber que será feliz.
Podría recorrer toda una ciudad descalza, incluso todo el universo con los ojos vendados si me lo pidiese.
Juntos encendemos con besos todo un país.
No obstante, no fue nada fácil llegar a donde nuestros pies se sitúan ahora.
Fue un largo camino, que de rosas poco tuvo; sin embargo, él es capaz de hacer florecer las más preciosas plantas en un árido suelo de cemento, y tiene el don de acolchar las caídas más dolorosas con elixir de la juventud, porque con él me siento una niña, su niña.
Y es que a pesar de todo, nadie quiere crecer, pero ya es hora de afrontarlo.
Un nuevo año.
Un año de grandes cambios, al menos en lo que a mí respecta.
Aún revivo aquella noche en que nos olvidamos de todo y fuimos sólo él y yo.
Todavía recuerdo lo que sentí en ese instante en el que se giró y sus labios se posaron ansiosos sobre los míos, deshaciendo mis principios en mil pedazos.
Y quiero clamarlo a los cuatro vientos, y reinventarlos para que llegue a todas las galaxias existentes el grito inaudito de que te quiero.
Porque mi cielo junto a él esto se hará más fuerte, los dos
alzaremos nuestras vidas al edén en un sueño insospechado por ver el despertar a su lado.