Quizás una mirada errada, un sin vivir de ojos que van y vienen de unos labios a otros. Estupefacta, me quedé observando la forma en la que su boca me daba una oportunidad ajena al mundo que me aguardaba fuera. En aquel momento entendí mi función y así he llegado hasta donde estoy. A un caminar extravagante por unos pasos que otros ya han recorrido. Es tan sólo una demostración de la imposibilidad de verle y no dejar de respirar. Es como si el mundo parase de pronto, sin embargo veo a mi alrededor y todo es ajeno a mis pensamientos. La historia se repite, reiteradamente, formando un círculo imperfecto, pero válido.
Aquí, donde la noche es locura, es demencia, donde las madrugadas las tiñe la enajenación enloquecida vestida de rojo, ojos ennegrecidos y labios color carmín. Y al pasar el alba, la casualidad, de improvisto, como ella siempre actúa, nos regala disfraces de personas benévolas con diferentes trayectos y distintos finales, caricias que llegan al umbral de lo ilegal, palabras que hacen del lenguaje una forma de comunicación enigmática, sibilina, sigilosa, entremetiendo conceptos abstractos sin final ni principio, absolutamente vacíos de cordura, ya que de vez en cuando no está de más soltar de un suspiro toda la mesura.